Inmensos nubarrones se han tragado
Como si fuesen carneros hambrientos
Las últimas briznas de luz solar.
Estalla la tormenta.
Sobre el campo y en el inmenso cielo,
Culebrillas zigzagueantes vuelan
Sobre los árboles, testigos mudos
De lo que está pasando:
Es la noche del día.
De vez en cuando un rayo
Descarga su ira ciega sobre el agua
Del remansado lago enajenado
Que no se inmuta. Arriba en la montaña
Torrentes de agua turbia
Arrasan cuanto encuentran a su paso.
Y es la nueva energía
Despiadada y fecunda
De la naturaleza creadora
La que viene arrasando
Sin distinguir lo bueno de lo malo.
El fuego quema la sangre dormida
De los que se ocultaban en la sombra.
Y en lo oscuro de este tiempo maldito
El lago ya se agita
Como si fuese un mar embravecido
Que se lo traga todo.
Ya es tarde para ponerse a resguardo
Del tsunami. La historia se repite
Como la piedra aquella que rodaba
De país en país, de pueblo en pueblo.
Ahora el tsunami alcanza el mundo entero
Y nada queda al margen:
Tenemos que mojarnos
Y perecer o revivir luchando.
(Antonio Capilla, EL FUEGO
EN LA PALABRA, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2012)
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