LOS PALILLOS DE CAOBA.
Tenía apenas seis años cuando le regalaron un par de palillos de caoba que hacía sonar a manera de castañuelas. Era tan divertido... Sujetaba las tablillas entre los dedos índice y anular de la mano derecha, de manera que el dedo corazón separaba y se oponía simultáneamente a ambas; luego agitaba enérgicamente la mano mientras presionaba con los dedos sendas tablillas, y un repiqueteo resonaba en el aire veraniego de su calle. Nadie tenía unos palillos tan lindos, ¡qué magnífico repiqueteo!, ¡ni un ruiseñor trinaba con tanto salero como estos palillos de caoba!
Pero su felicidad duró tan sólo dos o tres ensayos de percusión. Visto y no visto, porque volaron de su mano diestra arrebatados por un mozalbete que huyó calle abajo con su botín. Y el niño apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un par de lágrimas humedecieron sus mejillas, ¡qué fácilmente se hace feliz a un niño y con cuánta facilidad se le arrebata la alegría!
José, un joven que vivía enfrente de su casa, llegó entonces y, al ver el estado de abatimiento de nuestro pequeño, le preguntó: ¿Qué te pasa?, ¿por qué lloras?
Instantes después corrían los dos calle abajo, pero no encontraron al ladrón. Sin embargo, ese niño se sintió amparado y nunca olvidó la solidaridad de su vecino que sigue siendo en su recuerdo el héroe que quiso ayudarlo.
Antonio Capilla Loma, Santiago de la Ribera, 20-7-2016
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