Sus pies están clavados al carrusel del mundo
con su historia truncada su vida en almoneda
y no hay puntal que aguante del carrusel el vuelco
el creciente clamor que apela a las conciencias
esta injusticia enorme del vecino inocente
que avocan al destierro cuando su casa incendian.
Y no, no hay mar que trague los gritos del horror
las súplicas crecientes ante la indiferencia
este dolor aciago del vecino al que arrancan
su derecho a ser libre cuando su patria queman
gargantas desmedidas, corazones de témpano
que el embuste propalan y avivan las hogueras.
Porque el miedo es la garra que la perfidia acrece
y la ignorancia, carne de una jauría que es ciega;
y ambos furias titánicas que tunden con empeño
al hermano transido que a nuestra casa llega
los ojos extraviados la fiebre en las pupilas
y palmas de esperanza que en sus espaldas quiebran.
La poesía participa de la musicalidad de los sonidos lingüísticos sabiamente combinados y de la significación de las palabras: no hay poesía sin comunicación. El creador escribe para ser leído. Aunque el mensaje poético es bello por definición, el artista no crea su obra para encerrarla bajo siete llaves. Esta es la grandeza, pero también la contingencia del poeta: la obra sin el destinatario es como un bebé al que se deja morir por inanición.
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