Cuento que ha sido publicado en la ANTOLOGÍA 2012 de "Escritores en Red" y que publico aquí para subsanar algunos errores de los que soy el único responsable:
LA AMBULANCIA.
Tengo que ir más deprisa... ¡Ojalá tuviera los mismos reflejos que antes! ¡Qué tiempos aquellos! A correr no había quién me ganara… Siempre fui un buen corredor… Y, ahora, estas malditas piernas me pesan como si fueran de plomo…
¡La cara que
puso! Desde luego no me gustó nada la cara que puso el doctor cuando miró las
radiografías... " Sr. Caneda, su esposa Ana"...
Pero tú no
vayas a fallarme, Ana… No podría soportar que me fallaras. Tanto tiempo
queriéndote... Que no sabría acostumbrarme. Ya sé que soy muy rudo, que no te
sé decir esas cosas bonitas que tanto les gustan a las mujeres... Soy un
zopenco… Sí, un zopenco, ya lo sé... Pero la verdad es que no sabría vivir sin
ti, Ana, ¿qué haría yo sin ti?
En el hospital
me dijeron que tendrías que ir todos los días para radiarte, que no me
preocupara porque nuestro pueblo estuviera lejos, que nos pondrían una
ambulancia.
¡Una
ambulancia! ¡De ninguna manera! Que no, que no… No se preocupen que ya nos arreglaremos
sin ambulancia… Que no, que no, ¡que de ninguna manera, hombre!
No, querida,
¿Cómo iba a permitir que te llevaran en ambulancia todos los días? ¡Con el
miedo que te han dado siempre las ambulancias! Y, ahora, tú... ¿Ibas a estar
dependiendo un día sí y otro también de una maldita ambulancia? Pues, ¡menudo
soy yo para achicarme! No, claro que no.
¿Te acuerdas
cuando niños? El maestro me preguntaba la lección y yo no me achicaba, ¿verdad?
Además, como estabas tú para soplarme... Porque tú sí que lo sabías todo. Por
eso, has llevado siempre la iniciativa en todo. Y, sin embargo, has conseguido
hacerme creer que era yo el que llevaba la iniciativa siempre…
Seis
minutos... Me quedan seis minutos… Tengo que darme prisa o perderé el examen.
Y luego, Teo,
el de la autoescuela. Si hubieras visto con qué cara me miró el lelo de Teo, el
de la autoescuela, cuando le dije que quería sacarme el carné de
conducir…
- Pero, Sr. Caneda... Si tiene más años que Matusalén...
- Y a ti ¿qué leche te importa? Tú hazme la matrícula, y ya
está.
Pero, nada...
Él a lo suyo…
- Hombre, Sr. Caneda, que ya no está para esos trotes. Que el
año pasado estuvo usted con un pie en el otro barrio… Tiene que cuidarse un
poco… Su corazón...
- Mira, Teo, sabes que te digo... ¡Que te vayas a hacer
puñetas!
Ahora,
que lo más difícil fue convencerte a ti de que no estoy chocho…
- Que sí, mujer, tú no soportas una ambulancia y a mí no me
da la gana de que tengamos que depender de un maldito autobús. Sobre todo en
invierno... ¡Con el frío que hace en invierno! ¿Tú crees que yo voy a consentir
que vayas en autobús en invierno con el frío que hace?
¡Vaya, con la
cuestecita! ¡Venga, Caneda, que sólo faltaría que llegases tarde al examen con
la falta que te hace el dichoso carné!
Y Teo, el de
la autoescuela, bajando la calle... Si vieras, querida, la cara que traía Teo,
el de la autoescuela... Ahora, que yo no podía ni imaginarme lo que iba a salir
en el periódico... Claro que ese periodista del Heraldo del Bajío...
Con lo mal que
me sabía la lección entonces y lo requetebién que me salió el teórico. Pero tú
no me falles, Ana. No puedes fallarme… Lo conseguiremos… Ya verás... Hoy ya no
es como antes: con la radiación la gente se cura… y, tan a gusto.
¿Y el
periodista ese del Heraldo del Bajío? ¿Pues no que al salir de la prueba me
estaba esperando? Y digo yo que ¿cómo se enteraría? Fíjate, y no va y me
pregunta que si de verdad quería sacarme el carné de conducir…
- ¡Hombre...! Acabo de hacer el teórico, ¿no?
- Perdone, pero a su edad...
- Ya, ya, a mi edad... Pero mire usted, yo por mi mujer me
saco el carné y lo que haga falta, aunque para esto tenga que venirme a la
capital…
- Claro, claro…, Porque usted es de…
- ¿Un servidor? De Villa de X. Pero, ya sabe usted, cuando
hay confianza da asco... ¿Usted cree que voy a pararme a explicarle al tonto de
Teo, el de la autoescuela, que necesito el carné para traer a mi mujer al
hospital? Vamos, como si no hubiera más sitios para sacarse el carné…
Las nueve y
veinticinco: No voy a llegar a tiempo… Tenía que haber salido antes… Porque ya
no estoy para carreras... Solo faltaba que suspendiera el práctico por no
llegar a tiempo. Cinco minutos... No, si sólo faltaba... Venga, viejo, que ya
falta poco…
Ahora que Teo,
el de la autoescuela... La cara que traía el otro día Teo, el de la
autoescuela. Venía calle abajo blandiendo el periódico como una maza. Y, bueno,
¿qué le iba a decir yo?
- Hombre, Teo, que yo no sabía nada… ¿Cómo iba a saber que
ese “chalao” de
periodista iba a publicar que tú eras poco menos que un desalmado por no hacerme
la matrícula?
Y, Teo, que si
no me daba cuenta... que él no discriminaba a nadie... que maldita sea su
estampa por preocuparse por mí... que qué iban a pensar en el pueblo... que si
patatín... que si patatán… Qué putada, Ana, ¿Pero, cómo iba a saber?...
¡Qué dolor!
Señor, ahora no... ¡por favor, ahora no! Esto es peor que la otra vez…
- ¡Pobre hombre!… ¡Una ambulancia! ¡Pronto, llamad una
ambulancia!
¡Me duele!,
¡cómo me duele!, ¡ah!, no puedo más!...
- ¡La ambulancia!… ¡¿Habéis llamado la ambulancia?!
¡Ah! Otra vez… ¿Te das
cuenta, Ana? Están gritando por mí, están gritando por mí... Pero yo no puedo
fallarte, esta vez, no puedo fallarte, no puedo, no quiero… Qué mala suerte, Ana,
qué mala suerte... Por favor, una ambulancia... Que alguien me traiga una
ambulancia... Una ambulancia... Por favor… una ambulan...
Antonio Capilla Loma
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