Entre
el rigor y el vuelo.
Este es un libro sentido, porque es un libro
de poesía y creemos espontáneamente que un libro así tiene su origen en el
sentimiento, en aquella «honda palpitación del espíritu» que nos dijo Machado.
Y, en efecto, este es un libro sentido, ahondado en emoción que de diversas
formas circula por los versos. Pero es también un libro que ha sido cernido,
aquilatado con una precisión de orfebre, pasado por el filtro del pensamiento,
reflexivo y dispuesto de forma ordenada y minuciosa. Pensamos que el
sentimiento hay que controlarlo, quizás. Pero en la poesía de Antonio Capilla
se trata de esto y de mucho más: se trata del impulso integrador de la
totalidad humana, proyectado en la palabra. Es lo que Unamuno definió de manera
imperativa: «Piensa el sentimiento, siente el pensamiento» (Credo Poético). Y esto mismo lo dice el
poeta nada más comenzar el libro y lo recuerda en el poema «La herida del
tiempo».
Esta
es, por consiguiente, una poesía sentida y una poesía pensada, que en su unidad
orgánica y en su variedad encuentra su propio equilibrio dinámico, en el viaje
de lo exterior a lo interior, de la contemplación a la comunicación, del
presente al pasado, de lo grande infinito a lo menudo, de lo serio a lo cómico.
Y nada es demasiado amplio o ajeno porque la voz del poeta lo humaniza; y nada
es excesivamente pequeño porque la contemplación amorosa alcanza al corazón de
su trascendencia.
Y al comienzo de todo están, poderosamente
presentes, la poesía y el poeta. Ahí levanta el vuelo inaugural el águila de
fuego, «aquella que da vuelo a la palabra,/ La voz que nunca calla.» y que nos
arrastra con sus dos alas de tiempo. El impulso ascensional, el arraigo del
amor que levanta, las voces como luces, las luces de las estrellas como voces.
Y ya desde esta breve serie de poemas el lector está lanzado y referido a una
dimensión cósmica, a la que el libro le mantiene fiel, pero que nunca abandona
la tierra ni pierde de vista lo inmediato y relativo. Pero existe poesía no
porque hay límite, que es necesario, sino porque hay vuelo y suena la palabra,
entre el silencio del comienzo y el silencio del fin, porque hay aire. El
límite marca la necesidad de trascender y eso está patente en esta poesía de
Antonio Capilla.
A continuación los poemas adquieren y
despliegan tonos y motivos de la vida, reconocibles de muchas formas; es decir,
recogen las luces y reflejan estados emocionales, contemplaciones, cercanía
afectiva, composiciones en que el poeta recorre con su mirada el mundo exterior
y el interior. Así ocurre simultáneamente en «Mar de Arosa», donde la realidad
lleva al recuerdo entrañado de la persona amiga y ya perdida. Hay reflexiones
sobre el dolor de la mujer, miradas detenidas en las horas crepusculares, desde
la casa o el acantilado, para volver de nuevo al reconocimiento interior y su
experiencia del cambio en lo inmutable. Cabe una reflexión patriótica que busca
lo esencial y una vuelta a la patria del hombre que es su casa de la infancia,
a veces acompañada de descubrimientos dolorosos, pero siempre rescatada.
Y ante la misma mirada se ofrecen objetos
cotidianos, los grandes inventos humildes a que se refirió con humor Machado. Y
que Antonio Capilla sabe no solo mirar, sino llevar a un sentido humano y
poético. Ahí están la escoba y la veleta.
Porque más allá de los motivos, temas,
objetos y circunstancias, esta poesía abre, en lo grande y en lo pequeño, una
dimensión cósmica por la implicación de todo en cada cosa. De manera menos
abstracta, vuelve a los orígenes del conocimiento poético y filosófico, que
siempre rescatamos, en los cuatro elementos, que conviven y se integran entre
sí o establecen la eterna lucha de los contrarios. Si el aire-vuelo y el fuego
se complementan en el primer poema, también lo hacen el agua-mar y el fuego luz
en «La herida del tiempo»; el agua fluye dual y maniquea en los versos de «Oda
al agua» y se hace presencia de muerte en Arosa. Por otra parte, el aire hace a
la veleta el emblema de la verdad y la rectitud y hasta la escoba, en su
arrastrada misión, es fuego que limpia y ola que arrastra la suciedad. Hasta la
lucha de contrarios del agua y del fuego sexual tiene su poema de belleza y
ridículo.
Ese discurrir y esa fragmentación iluminada
de la experiencia, como el caleidoscopio, siempre tienen sentido porque brotan
de una interioridad fuerte, mantenida; y alcanzan una expresión, ligera o
grave, pero adecuada, bien armonizada con el resto. Y así, en todo este
proceso, el poeta se retrae, dirige la mirada reflexiva, ya no al mundo
exterior o al interior, sino a la misma obra que se ha ido tejiendo, que está
ahí extendida delante de él. ¿Y qué es esto? Y así cierra el poemario con una
composición metapoética, definidora, que traza el fundamento poético de lo
escrito y leído, que reflexiona sobre lo sentido y lo pensado. Y entonces se
nos hace explícita la poesía como expresión vital, su sentido siempre
intencionalmente comunicativo, y sobre todo, el fundamento aparentemente poco
relevante, por común, pero imprescindible para que haya poesía (no solo emoción
o solo pensamiento): el ritmo en la base, la música y la imagen. El poeta,
percibimos ahora, ha tenido que esforzarse para estar lo más cerca posible de
la naturalidad de la dicción en su trama verbal, e ir lo más lejos posible y al
mismo tiempo en la implicación del símbolo que transforma la realidad. Ha sido
consciente también de la necesidad de unir estos pares opuestos: certeza del
ritmo, gracia de la música; concreción de los objetos, sentido simbólico de su
existencia en el universo de la poesía.
Y por eso Antonio Capilla nos resulta, al
final igual que al comienzo, un poeta humanista, de la estirpe machadiana del
amor, que pone a la vez en práctica lo que Unamuno escribió: «amar es
simbolizar, resumir… crear leyendas». Y, en su humanismo, un poeta riguroso,
que recupera y restaura esta otra afirmación unamuniana: «Un poeta es el que
desnuda con el lenguaje rítmico de su alma.» El suyo. Esto es poesía.
A partir de ahora se inicia el libro. Es un
libro sin tendencias o sin escuelas, más que la eterna verdad de la poesía. Un
libro abierto a todos los vientos y vuelos de la emoción y a todos los arraigos
ardientes de la reflexión y un libro a la vez, cerrado, perfectamente ajustado
en sus límites precisos.
J.P.A.
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